Autor Tema: Monte Candina desde N-634  (Leído 2908 veces)

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Monte Candina desde N-634
« en: 05 de Octubre de 2012, 20:13:05 pm »
Distancia: 7,91 km
Desnivel máximo: 352 m
Ascenso acumulado: 512 m
Descenso acumulado: 513 m
Itinerario:

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Re:Monte Candina desde N-634
« Respuesta #1 en: 05 de Octubre de 2012, 20:18:39 pm »



Resulta insólito, inusitado, ver buitres leonados volando sobre las aguas del mar Cantábrico. Pero es posible. Ocurre en el monte Candina, una mole calcárea que se yergue al borde del mar y en cuyos acantilados nidifica la única colonia europea de estas rapaces carroñeras. Esta excepción se refuerza con la presencia estival de los alimoches o buitres blancos que, llegados en primavera, comparten con los leonados los restos de las reses muertas. Bellas playas rodean a esta sierra marinera, como la nudista de Sonabia, la de Oriñón o la más recóndita de San Julián, cerca ya de Liendo.
 
Nuestro camino comienza en el punto kilométrico 161, en una carretera abandonada donde un senderito, señalizado recientemente con estacas o balizas verdes, tira monte arriba. Tras atravesar una cancela blanca y destartalada, empezamos a ascender hacia el monte Cardina, que apenas supera los 500 metros.

Aunque humilde en su altitud, destaca esta montaña por la diversidad de sus paisajes y por la belleza de sus rincones. Como en otras moles calcáreas cantábricas, encontramos en el camino un encinar del tipo calificado como relíctico. Es un testimonio de los antiguos bosques que cubrían la Península Ibérica en la época terciaria, hace millones de años; bosques muy similares a los que hoy en día encontramos en las islas macronésicas (las Canarias, las Azores, Madeira, las Selvagem). Estos encinares están muy degradados; apenas encontramos árboles de gran porte. Domina un matorral o maquia de argomas espinosas, brezos, helechos, encinas chaparras y labiérnagos.

Una rareza forestal
 Tras alcanzar el primer collado, nos adentramos en el mundo karstificado de Candina. Pronto, a nuestra izquierda según bajamos, aparecerá la primera gran dolina, la de Tueros. Estas dolinas son depresiones en forma de embudo originadas por el colapso de las cavidades subterráneas formadas por la disolución de las rocas calcáreas subyacentes. A su lado crece un bosquete de labiérnagos arbustivos, de hojas siempre verdes. Las hayas ocupan las hondonadas de las dolinas, ofreciendo el contraste cromático de sus hojas, que ya comienzan a otoñarse al final del verano. Como los buitres, las hayas son una rareza al borde del mar.

Pasado el segundo collado, bordeamos por la derecha otra dolina, la de Falluengo. Seguimos por el sendero de la derecha, que se adentra en un lapiaz, allí donde aflora la roca calcárea desnuda, sin árboles que nos den sombra, salvo una corpulenta y añosa encina. Las formas caprichosas de las rocas del lapiaz esconden los muros arruinados de antiguos poblados mineros, que explotaron los filones de hierro de esta montaña. Una calzada de piedra es el mejor testimonio de esa actividad. Sus muros ciclópeos, dignos de los trabajos de Hércules, nos facilitan la subida empinada hasta la cumbre del monte.

Caminaremos por encima de la calzada hasta su término. Allí, diversas simas recuerdan los esforzados trabajos mineros. A nuestra derecha se encuentran dos ojos del diablo, oquedades al borde del acantilado de los buitres, que vuelan sobre nosotros a escasa altura. Navegan en la brisa marina, sus alas como velas. Las vistas de la costa de Islares, la llamada ballena de Oriñón y la playa de Sonabia y sus dunas son nuestro premio. Volvemos por el mismo camino.